.....::
fonte.es
2020-02-29
|
||||
Aprender a renunciarEn la esencia de la vida está la capacidad de proyectarse hacia el futuro. Todos los seres vivos tenemos instinto de supervivencia: tendemos a conservar nuestra propia vida, la vida de la prole (los hijos) y la de la comunidad en la que nos asentamos. Solo las plagas se comportan de forma autodestructiva. Pues muchas veces parece como si los seres humanos nos comportásemos parecido a una plaga y no fuésemos capaces de luchar para conseguir un mundo mejor para nuestros descendientes y, a la vez, para nuestros congéneres.
Estamos degradando (aniquilando), la casa en la que habitarán nuestros hijos y nuestros nietos. Las generaciones que vienen detrás tendrán que esforzarse mucho más que nosotros para mantener un tren de vida similar al actual. Se dice que hemos roto el contrato intergeneracional (y no lo digo yo, sino que lo pone el Libro Blanco sobre el futuro de Europa, redactado por la Comisión Europea). Es decir, que según "los de Bruselas" nuestros hijos vivirán peor que nosotros. Tal vez sea una exageración...
Pero, díganme: En los países avanzados, en los que hay mayor nivel de vida y son más desarrollados, ¿por qué la gente tiene pocos hijos o ninguno? En nuestra acomodada sociedad los jóvenes tienden a posponer la formación de la familia porque saben que atender a la prole requiere de una gran renuncia, sobre todo a la comodidad personal y al tiempo que cada uno dedica a sus proyectos particulares de trabajo y ocio. Por otra parte, las nuevas generaciones están perdiendo la esperanza de lograr un futuro mejor para sus hijos. En este sentido se escuchan opiniones tan nihilistas como que traer al mundo a los hijos no es ningún acto de generosidad ya que solo vendrán a sufrir.
Pirámide de población de Galicia en el año 2018.
Pirámide de población española en el año 2018
En el apartado anterior habíamos visto las dificultades que existen en un aspecto de nuestra capacidad de desarrollo, que son las relativas al terreno energético. Existen otras muchas limitaciones importantes como los déficit de atención sanitaria o la desigual distribución de la riqueza. Aquí las percibimos poco pero basta viajar hacia los países del sur para evidenciarlas con mayor intensidad.
Por los datos anteriormente mencionados, intuimos que a medio plazo se reducirá el nivel de vida a escala global. A la gente de los países más desarrollados nos costará renunciar a las comodidades logradas tras muchos años de progreso y de dominio económico y pretenderemos seguir como hasta ahora. Esta manera de actuar aumentará el daño hacia los países más empobrecidos. Actuando sin renunciar a nada, los países del tercer mundo se llevarán la peor parte de los ajustes porque se acentuará su pobreza a costa de que nosotros mantengamos nuestros privilegios.
Es decir, si queremos actuar dignamente tendremos que aprender a renunciar a los lujos que disfrutamos por haber nacido en el vagón de primera clase y deberemos aprender a compartir los recursos con los más desfavorecidos, los que viajan en el "último vagón" (ese que va hacinado hasta los topes), si el objetivo es mantener el tren en marcha y en paz. Siempre cabe la esperanza de que la mayoría de la gente se comporte con honradez y reaccione con nobleza y valentía. ¿Por qué no hemos de compartir nuestro vagón que, por otra parte, se está quedando con los asientos vacíos?
Dice la encíclica Laudato Si: "... se puede decir que, mientras la humanidad del período post-industrial quizás sea recordada como una de las más irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades."
Es decir, que si no aprendemos a renunciar con generosidad y si no nos esforzarnos por el cuidado de la Casa Común, la misma Naturaleza nos obligará a adoptar estilos de vida más humildes y respetuosos con ella, no sin antes pasar por tiempos convulsos y sufrir alguna que otra catástrofe humanitaria. La renuncia es una solución que está en mano de todos.
Cuando digo renuncia no me refiero a adoptar una actitud ascética de abstinencia consistente en cambiar algo que se tiene por nada. Renunciar no es resignarse a una vida de escasez, a una vida bajo mínimos. Me refiero a una actitud de cambio en positivo, de buscar alternativas menos cómodas pero más viables a largo plazo.
Les pondré un ejemplo de renuncia muy directo, en relación a la problemática de los medios de transporte. Leeré una reflexión muy reciente de Francisco Escartí, exdirector general de Iberia y de Boeing Research Europe, que saqué de su blog personal hace un par de días:
"El flygskam es una palabra nacida en Estocolmo, que trata de expresar la sensación de culpabilidad de un individuo cuando utiliza los servicios de una línea aérea para moverse por el mundo.
Así de simple y así de contundente. Escartí argumenta en contra del sistema en el que ha trabajado toda su vida... y le pone nombre a la sensación de culpa: "flygskam", "vergüenza de volar". No habla de poner más impuestos a los vuelos ni de restricciones políticas. Habla de una opción personal fruto de la concienciación de que volar es un privilegio. Por cierto, que el queroseno de avión JET A1 cuesta 0,50 euros el litro (casi tres veces menos que la gasolina), un auténtico lujo al pagar menos impuestos.
Estos son ejemplos de que no es necesario esperar la llegada de políticas de estado para actuar en favor de la sostenibilidad. Cada uno de nosotros podemos ser tan eficaces como un gobierno si verdaderamente estamos concienciados del problema que se nos plantea.
Decía John F. Kennedy: "No preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país"
Mencionaré otro párrafo de la encíclica Laudato Si, del Papa Francisco: "... si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio."
Un método para aprender a renunciar es apreciando el auténtico valor de las cosas más sencillas y la importancia de las actividades que realizamos en el medio natural.
Hablo algunas veces con los niños sobre estas cuestiones y es muy complicado convencerles dado el grado de comodidad a que hemos llegado (los tenemos muy mimados). Así que jugamos a un juego extremo, que podríamos denominar "poner en la balanza".
Os pongo un ejemplo:
Este cruel ejercicio muestra de forma explícita cuáles son nuestros intereses más inmediatos. No hace falta dar una respuesta para comprender que está en nuestra mano prescindir del negocio del fútbol y quedarnos más bien con el saludable deporte. Y también, de paso, que debemos prestigiar más a los cirujanos.
A ver, ¿qué preferís? ¿Que no haya combustibles fósiles o que no haya electricidad? A ver, ¿qué preferís? ¿Quedaros sin aldeas o quedaros sin centros comerciales?
Es cierto que los pares anteriores no son antagónicos, pero el mero hecho de ponerlos en la balanza evidencia el valor que poseen. ¿Valoramos lo que tenemos con justicia o somos oportunitas que prefieren un mundo lleno de veleidades?
A ver, ¿qué preferís? ¿Estar sin escuela o estar sin Internet?
A ver, ¿qué preferís? ¿Quedaros sin libros o quedaros sin móviles?
Cuando hago estas preguntas a los más pequeños me doy cuenta de lo necesaria que es la educación para formar personas equilibradas y capaces de vivir honestamente. |